Una mujer que tose hasta perder el conocimiento,
aunque quizás nunca lo tuvo.

Tez oscura, mirada vidriosa, felpa y firme en demandas,
un cigarro, un cigarro, un cigarro, un cigarro, un cigarro, un cigarro, por favor,

sentada en el tranco de una puerta hunde su cabeza en el pecho, parece no tener cuello,
aunque quizás nunca lo tuvo.

no,
nunca lo tuvo.

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Una hormiga, ermitaña en un tarro de azúcar,
el cacharro de cerámica reza “Asociación de pensionistas de La Zubia 1996”
regocijo,
así cualquiera se aísla.

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Andando por Palma, huele bien,
alzar la vista, “Confitería La Genocida”,
la muerte huele bien.
Por esto mismo hay mujeres que se perfuman proporcionalmente a su edad,
nos hacen creer, de nuevo, que la muerte huele bien,
tratan de engañar al abismo engatusando alguna caída,
o al Dios de turno.

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El cocodrilo que llora en el río, no sabe que llora.